STRELLAS DEL BÉISBOL
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CRISTOBAL TORRIENTE
Por Héctor Barrios Fernández
La vida en las ciudades no es fácil, pero con frecuencia la del
campo le dice quítate que ahí voy.
Como todos los días, se llegaban las cinco de la mañana, pronto se
escuchaban los ruidos en la cocina de la vieja casa de adobe con techo
de lámina, Mi Má María (mi abuela) atizando la estufa de leña preparando
el desayuno para un ejército de niños y adultos, enseguida el
inconfundible ruido que provocaba el palote y la tabla al hacer las
tortillas de harina, calentar los frijoles y freír los huevos de
gallina, claro que de rancho, quesito fresco de ayer y el aromático e
irresistible café de talega recién hecho.
Mientras tanto, cuando en el cielo comenzaban a aparecer por el lado
Este las estrellas que muchos años más tarde supe que formaban la
Constelación de Orión y más arriba en el cielo Las Pléyades, los varones
salíamos a la pizca del frijol (era lo peor), del maíz, soportando sus
hojas rozándote como lijas el cuello sudoroso, cuidándote de no pisar
alguna víbora de cascabel, a media mañana desde el aguaje acarrear el
agua hasta llenar la barrica, cortar y acarrear la leña, cernir el
trigo, pesado era también el trabajo de la fragua para poner los fierros
al rojo vivo y luego darle de marrazos en el yunque, (antes las cosas se
reparaban, no se cambiaban piezas como ahora). Muchas agobiantes tareas
más, sin importar si era verano con su calor abrazador o el congelante
invierno que nos ponía labios y cachetes resecos y partidos, claro, sin
faltar el recorrido de cinco kilómetros a pie para ir de casa a la
escuela, el regreso era lo más difícil.
El trabajo de campo siempre ha sido pesado, duro, agobiante y antes era
aún más, sin embargo todo esto tenía sus recompensas como ir al huerto a
cortar naranjas, higos, manzanas y toda clase de frutas, darte un
chapuzón en la acequia para contrarrestar el infernal calor del verano.
En invierno, como colofón del día, jugar un partidito de béisbol y en
las primeras horas de la noche sintonizar “la grande de Sonora” con
Fausto Soto Silva desde Hermosillo narrando los juegos de los Naranjeros
que podíamos escuchar en el Ejido Ajusco, al sur de Ensenada, mientras
Mi Má María planchaba la ropa con su plancha de brazas o la azulita de
gasolina blanca (que ahora tengo a buen resguardo) y Mi Pá Pancho leía
un libro a la luz de la lámpara de petróleo. (que también conservo)
La vida del campo era más bien difícil y sigue siendo, pero fuimos
felices con lo que tuvimos, gracias a Dios, a nuestro esfuerzo y de
nuestras familias, pronto nos convertimos en profesionistas y esto nos
ha permitido vivir con decoro.
La vida del pelotero tampoco es nada fácil, los viajes, lesiones,
enfermedades, vivir en hoteles, lejos de la familia, comer en la calle,
defender los contratos y si bajas de juego, adiós, otro tomará tu lugar.
Haber sido jugador de las Ligas Negras, fue aún más difícil, recuerdo
haber leído a Buck O’Neil, donde declaraba que tenían que viajar hasta
diez personas en un automóvil, dos de ellos sentados en los
guardafangos, turnándose cada tantos kilómetros, dormir en los mismos
estadios donde jugaban, ir a pescar a los ríos cercanos para conseguir
comida y lidiar con el ku kux klan.
Si eras extranjero, el asunto debió haber sido más penoso, lejos de tu
país, lejos de tu familia y costumbres.
Sin embargo algunos por su calidad, decisión, entrega y necesidad,
brillaron en el béisbol de esta clase y época, tal es el caso de
Cristóbal Torriente.
Nació el 16 de noviembre de 1893 en Cienfuegos, Cuba, falleció el 11 de
abril de 1938. Lanzaba y bateaba a la zurda.
De gran físico y excelente carácter este zurdo cubano apodado el “Cuban
Strongman,” Cristóbal fue un trotamundos, estuvo en muchos equipos.
Muchos creen que fue el mejor jardinero derecho en las Ligas Negras, fue
bendecido con unas manos seguras, con la velocidad para llegarle a
cualquier batazo, un rifle de alto poder como brazo. Por si todo eso
fuera poco, fue también un excelente segunda base y, para ser zurdo,
impresionante en tercera base, también ocasionalmente se subió a la loma
de los disparos, dejando en los registros encontrados, un record de
15-5. Para no dejar pendientes, fue uno de los mejores bateadores en
cualquier liga que participó.
Cristóbal fue un famoso bateador de “lanzamientos malos,” tuvo la
habilidad de desparramar las pelotas por todos los rincones del campo,
pero es mejor recordado por su poderoso “swing.” Jugando para los
American Giants de Chicago, con cierta regularidad bateaba líneas por
sobre la marca de los 400 pies sobre la barda del jardín central. El
parador en corto Bob Williams recordaba una ocasión cuando los Gigantes
visitaron Kansas City, Torriente bateó una línea que quebró un reloj a
diecisiete pies sobre la barda del jardín central y ¡las manecillas
comenzaron a dar vueltas y vueltas!
En 1920 mientras Cristóbal estaba en Cuba con los Rojos de la Habana,
los Gigantes de New York fueron allá para un juego de exhibición,
llevaron con ellos nada menos que a Babe Ruth. En un juego, Cristóbal
Torriente pegó de cuadrangular en sus dos primeras veces al bat, después
vino en su tercera oportunidad, con dos hombres en base. El Babe, quien
había sido un lanzador abridor de primera categoría con Boston, trotó
desde el jardín derecho y pidió lanzarle. Más pronto que inmediatamente,
Torriente conectó un doblete y aunque Ruth ponchó a los siguientes tres
bateadores, el Babe regresó a su anterior posición en la siguiente
entrada. Más tarde en el juego, Cristóbal conectó su tercer
cuadrangular. De vuelta con los American Giants de Chicago, conectó el
cuadrangular ganador que decidió la Serie Mundial Negra de 1921.
En una carrera que duró de 1913 a 1934, Torriente finalizó con un
promedio de .339 de porcentaje de bateo contra lanzadores de las Ligas
Negras y .311 contra lanzadores de las Grandes Ligas, pero sobre todo se
ganó el respeto de todos los que lo vieron jugar.
Entre más sé de este tipo de jugadores y las condiciones en las que
tuvieron que desarrollarse, más los admiro.
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