CUBA: FRENESÍ DEL PUEBLO EN LAS TUNAS
LAS TUNAS, Cuba.— La ciudad nunca vivió un acontecimiento parecido. Y el estadio Julio Antonio Mella muchísimo menos. La gente tampoco recuerda un precedente de tales magnitudes. Pero ocurrió, y lo saben quienes colmaron el graderío desde mucho antes que el árbitro diera la voz de play. Y lo captaron las cámaras de la televisión, que se banquetearon con sus planos y sus paneos.
Una avalancha, un alud, un tsunami, una marejada, un meteoro… ¡Qué sé yo lo que se lanzó al terreno después que los Leñadores convirtieran en astillas a una nave azul silenciada por las sliders y los jonrones! El hacha pudo esta vez más que la garra. Y venció una novena que pareció como poseída por el frenesí.
El anunciador local —sospechando lo que vendría tras el último hombre retirado— había pedido que, por favor, nadie se lanzara al terreno a festejar. Pero, ¿quién podría detener aquella explosión de auténtico júbilo después de la décima carrera que rubricaba el nocaut? ¿Quién podía escamotearle a una afición desbordada su derecho a compartir sobre el diamante con sus nuevos ídolos la clasificación a la final del béisbol cubano? ¡Nadie!
«¡Alarcón, eres lo máximo, gracias por darnos esta alegría!», le dijo una mujer al leñador mayor. «¡Danel, hoy no lo diste, pero esto no se ha acabado todavía!», le gritó un muchachón al oportuno jugador de los grandes momentos. Y por aquí abrazaban a Viñales. Y por acá congratulaban a Gómez. Y más allá palmoteaban a Civil… No hubieran bastado dos estadios Julio Antonio Mella para acoger en su aforo tamaña demostración de regocijo.
En las afueras de la instalación el entusiasmo no fue menor. Quienes no lograron abrirse paso hasta las tribunas colmadas de iniciativas siguieron out por out lo ocurrido en el terreno. Muchos no durmieron de tanta celebración. Otros andan aún comentando cada detalle del juego, cada decisión controvertida, cada derroche ofensivo, cada semblante del rival vencido…
La noche del pasado miércoles pasará a la posteridad como una de las más extraordinarias en los anales tuneros. Fue la consumación de un sueño que siempre pareció distante, pero que un grupo de muchachos ataviados de rojo y verde hizo realidad para premiar a un pueblo que ahora los aclama, los admira y los felicita.
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