Triste y penoso el desenlace de una batalla entre dos mexicanos que aspiraban al título de bateo en la Liga Mexicana del Pacífico. Algo que ninguno de los dos se merecía porque en el terreno de juego se habían partido el alma para cosechar lo que sembraron.
Sebastián Elizalde (Tomateros) terminó llevándose a su vitrina la corona tras convertirse en espectador del último juego de la temporada. El Manny Rodríguez haciendo en el campo lo que le caracterizó toda la campaña. Al primero lo protegió su cuerpo técnico, hasta cierto punto válido en una regla no escrita; al segundo se le castigó como si aspirar al mismo premio fuese un pecado.
Rodríguez era el más obligado a batear y por consecuencia apareció en el orden al bat de Charros; Elizalde se quedó en la banca y desde allí estuvo muy atento y con bat en mano listo por si la situación se complicaba, no tanto por el marcador que pudiera ser adverso para Culiacán –y que terminó como tal- sino para salir a dar ese imparable que le salvaría el campeonato individual si aquel era capaz de conectar cuatro.
Pero no hubo necesidad. El Manny intentó luchar por su objetivo, pero desde el dogout ya se había planeado quitarle el madero. De esa manera no sumaba y le daba ventaja al jugador de casa. Pero no fue esa la forma idónea ni tan profesional para eliminarlo. Las dos bases bolas disfrazadas tenían razón de ser, más no lo segundo; los pelotazos. No había necesidad de llegar a esos extremos.
Nada hubiera costado lanzarle “derecho” y esperar resultados. Si el Manny fallaba en su primer turno le daba argumentos al manager Benjamín para no excederse en el respeto hacia el jugador sinaloense. Una segunda aparición con copia de la anterior; pitcheo difícil y fuera con aromas de disfraz.
Sin embargo, lo que sucedió enseguida rayó en lo absurdo. Ordenar un pelotazo a manera de mensaje que detenerlo no era un juego, a miles de aficionados congregados en el estadio no les pareció buena idea, más cuando el 90 por ciento de los 18 mil y picos de aficionados habrían asistido para presenciar ese duelo.
Un segundo pelotazo resultó todavía más ofensivo y burdo. A cualesquiera hubiese molestado como en su caso provocó la reacción irascible del coach de primera base que terminó expulsado sólo por señalarle al umpire de home Eliseo Favela que pusiera orden y evitara que el campo pudiera convertirse en un escenario de batalla no con el madero, sino con los puños.
La respuesta no se hizo esperar por parte de los Charros; el primer bateador de la siguiente tanda por Tomateros tenía que pagar las consecuencias. Ojo por ojo, diente por diente. A Ramiro Peña le tocó pagar ese precio. Octavio Acosta, que ya había realizado sus dos entradas de relevo, salió a un tercero solo con la encomienda de asestarle al regiomontano un pelotazo. Obviamente, tras el golpe se fue a las regaderas, porque ya había una advertencia de los ampayers.
Comentarios. En el mismo estadio y las redes sociales las reacciones criticando las formas no se hicieron esperar, cayeron como cascada. Todos acusando al manager Benjamín Gil de orquestar las bases y los pelotazos, y haciendo señalamientos sobre el menos culpable de los sucesos; Sebastián Elizalde.
Es cierto, Elizalde estuvo de acuerdo en no jugar, porque eso favorecía a sus intereses en un juego de mero trámite. Acusarlo a él sería una irresponsabilidad.
Rodríguez fue arropado y la solidaridad de miles de aficionados no se hizo esperar. Su gran pecado fue tratar de arrebatarle de manera legítima una posición a alguien que como él luchó y trabajó.
No, así no debieron haber sucedido las cosas, pues lo único que se consiguió fue manchar el beisbol. No se necesita ser adivino para saber lo que sucederá en los juegos 3 y 4 en Guadalajara la próxima semana: el público encima de Gil y algún despistado en contra de Elizalde, que, repito, es el menos culpable de un campeonato que fue aparentemente manchado por no aplicar el sentido común de haberle lanzado normal a un hombre que por tercera vez en su carrera se quedó a un paso de ganar ese banderín.
Postemporada. Las llaves para la serie de repechaje quedaron así: Tomateros enfrentando a los Charros, Mexicali recibiendo a los Venados y Mayos anfitriones de Naranjeros.
Estaban prácticamente definidos así desde tres días antes. Lo único que podía mover era que Hermosillo recibiera a Navojoa si ganaba su serie a Mexicali. Ahora viene el otro beisbol, el que cada derrota duele más que una racha tan mala como la de Los Mochis que perdió sus últimos 17 encuentros.
¿Favoritos? Me voy con lo que opina la mayoría; Águilas y Mayos avanzando directo, y de la serie Tomateros-Charros surgiendo el mejor perdedor.
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